Desde hace unos días cuando en una conexión con Kryon sentí proponer un encuentro para transitar hacia el Nuevo Yo, me he sentido movida, removida más bien.
Han emergido situaciones que se encontraban en lo hondo, pilares de una vieja capa de existencia que se muestran para darme la conciencia que necesito para desprenderme de ellos.
Qué difícil es mirarse las viejas pieles, las arrugas emocionales y las cicatrices que nos recuerdan episodios pasados.
Reconocer aquello que nos limita, que nos pesa.
Qué acto de valentía y confianza tan grande es dejar morir algo para aventarnos al vacío de la transición.
Kryon siempre ha dicho que la parte más compleja del cambio no es el cambio en sí, si no el momento de la transición, del vacío.
Donde ya despedimos lo viejo pero aún no vemos lo nuevo.
Como esa metáfora de la vieja casa que muchas veces he mencionado en las formaciones.
La vieja casa nos incómoda, está desgastada, nos trae recuerdos que no siempre fueron los mejores, quizá le fallan las tuberías y las puertas le rechinan. Le falta pintura y múltiples renovaciones.
Renegamos de ella, nos gustaría irnos, buscar algo nuevo.
Pero hay un apego, por todo lo vívido ahí, porque es lo que conocemos, porque es a lo que estamos acostumbrados.
Y un día decimos ‘ya está, voy a irme de esta casa, me dio lo que tenía que darme pero ahora merezco algo más’.
Entonces tomamos lo que deseamos conservar y emprendemos un viaje a lo desconocido. Dejamos atrás el apego, la cómoda incomodidad.
Y la vieja casa va quedando atrás.
A medida que nos alejamos comenzamos a dudar ‘debería volver, quizá la casa no era la mejor pero era mi casa, siempre la tuve, ¿y ahora qué tengo? No tengo nada’.
Aquí es cuando el camino entre la vieja casa y la nueva se vuelve sinuoso. Tropezamos, nos llueve, no vemos hacia dónde vamos, nos perdemos, no conocemos la nueva casa, es más, la nueva casa es sólo una promesa de la cuál no tenemos prueba de su existencia, nunca la hemos visto ‘¿y si lo dejé todo por nada?’.
Cada paso nos aleja más de lo conocido y nos lleva quién-sabe-a-dónde.
Puede que retrocedamos unos pasos, puede que nos detengamos, puede que tiremos el cambio por la borda y volvamos a lo viejo y conocido.
También puede que encontremos la fuerza que nos impulse a continuar, la certeza de saber que estamos yendo hacia donde tenemos que ir aunque en realidad no sepamos dónde es eso ni cuanto falta para llegar.
Un camino desconocido hacia un destino desconocido.
En este punto caminar con los ojos cerrados daría lo mismo que llevarlos abiertos porque no vemos nada, nos guía la fe y un latido interno.
Hay vacío, lo viejo quedó ya muy atrás y no sabemos cuánto falta para llegar a lo nuevo.
Este es un tránsito que enciende los miedos y temores, los instintos de supervivencia, la confusión, la indecisión.
Pero hay algo interno que nos dice ‘hacia atrás no hay nada, porque ahí ya viviste todo lo que esa casa podía darte, ahí no queda nada por experimentar, lo sabes’.
Y ciertamente lo sabemos.
Así que caminamos, digerimos todo el sentimiento y avanzamos.
Y poco a poco comenzamos a vislumbrar a dónde nos estaba llevando el camino.
Ahora vemos un lugar distinto a lo conocido y que, vaya, parece agradable.
Y de repente aparece de frente la nueva casa.
Es distinta a la anterior, conserva algún parecido pero en su mayoría es diferente.
Nos acercamos y vamos descubriendo en ella cosas que nos gustan, aún nos sentimos ajenos, pero será cuestión de tiempo lograr acomodarnos.
Nos damos cuenta que verdaderamente la vieja casa no tenía más para darnos y es entonces cuando llegamos a agradecer todo lo vivido en ella. Es ese agradecimiento el que nos permite cerrar un ciclo para abrazar otro.
Y en agradecimiento comenzamos una nueva historia, la historia en la nueva casa, con el tiempo nos vamos «sintiendo en casa», porque sí, también es un proceso adaptarse a una nueva realidad.
Pero ya estamos ahí, llegamos.
Lo nuevo ya no es desconocido, ya lo estamos viendo y se ve y se siente bien.
Así es dejarnos morir en una forma para renacer en otra. Y es ese instante de transición el que más nos conflictua. El que nos hace querer volver.
Pero todos sabemos y bien, que en lo viejo no queda nada más que repetición.
El cambio es un arte, el arte de la alquimia interior que crea una nueva realidad externa.
Una alquimia que poco a poco se va mostrando en la forma. El arte de esculpirnos desde adentro hacia afuera.
Un arte que dominamos practicando.
Así que sigamos, avanzando con certeza, practicando este arte tan movilizante.
Vamos juntos transitando el cambio.
Estoy contigo, estás conmigo.
Gracias por tu andar, te reconozco.
Alba Hernández